Scott Bessent lo anunció y explotaron las redes: el swap de USD 20.000 millones ya está aprobado y el Tesoro de EE.UU. compró pesos

El jefe del Tesoro norteamericano confirmó el marco de un swap por USD 20.000 millones y la compra directa de pesos. Señal política, efecto financiero inmediato y una pregunta clave: cuánto aire real le da a la economía argentina.

Nacionales10/10/2025 Redacción

El dato cayó como un rayo y ordenó la conversación pública: Scott Bessent, secretario del Tesoro de Estados Unidos, comunicó que está aprobado el swap por USD 20.000 millones y que el Tesoro ya compró pesos argentinos. En minutos, la noticia se transformó en tendencia, agitó cotizaciones y puso foco en la hoja de ruta económica local a dos semanas de las legislativas.

La jugada norteamericana es doble: por un lado, habilita un paraguas de liquidez en dólares que funciona como cortafuegos frente a picos de volatilidad; por el otro, manda un mensaje geopolítico nítido sobre el alineamiento bilateral. No es un salvataje clásico ni un cheque en blanco: es una herramienta de estabilización con efectos financieros y políticos.

¿Qué cambia en lo inmediato? Se enfría la presión sobre el dólar oficial y se estira el tiempo para acumular reservas netas. Con más espalda, el Banco Central gana margen para administrar el crawling, intervenir con mayor puntería y evitar sobresaltos que derramen a precios. La prioridad es proteger el ancla cambiaria sin matar la actividad.

La compra de pesos por parte del Tesoro estadounidense es un gesto inusual que apunta a cortar expectativas devaluatorias en el corto plazo. Cuando el mercado percibe que hay un actor con poder de fuego dispuesto a absorber oferta, la dinámica especulativa se frena y los flujos se reacomodan.

Detrás del headline, la letra chica trae condiciones implícitas: disciplina fiscal, orden monetario y señales pro-inversión para sectores exportadores. Si esos compromisos se cumplen, el swap deja de ser aspirina y empieza a operar como puente hacia una macro más previsible.

El impacto político es imposible de separar. En campaña, la foto de respaldo externo vale por sí misma: baja el ruido, eleva la confianza de los agentes económicos y ofrece un relato de control de daños. El costo es que sube la vara de cumplimiento: el mercado premia rápido, pero también castiga sin anestesia.

Para el tejido productivo, el canal de transmisión es directo. Bodegas, agro, energía, minería y pymes industriales planifican con otra cabeza cuando creen que el dólar no va a saltar de un día para el otro. En ese clima, el capital de trabajo reaparece y los planes comerciales recuperan horizonte.

El riesgo, claro, es confundir oxígeno con solución. Un swap apunta a la liquidez, no a la solvencia. Si no mejora la balanza comercial, si no ingresan inversiones y si la inflación no sigue cediendo, el alivio se vuelve efímero y vuelve la fiebre. La macro no perdona atajos.

El frente social mira otra pantalla: salarios que le corren de atrás a los precios, consumo tibio y servicios que ajustan más lento de lo que suben los costos. Allí el efecto es menos inmediato, pero existe: un tipo de cambio más estable derrama en listas de precios menos nerviosas.

En la City, la lectura fue pragmática: bienvenida la liquidez, veremos la consistencia. Algunos activos locales reaccionaron mejor que otros, pero el envión alcanza para descomprimir carteras y postergar coberturas defensivas.

La pregunta del millón es cuánto dura el veranito. La respuesta depende de dos cosas: cuánta credibilidad agregue la política económica en los próximos días y qué tan rápido se convierta el respaldo internacional en mejoras concretas de expectativas.

Hoy el dato es contundente: el swap por USD 20.000 millones está en marcha, EE.UU. compró pesos y el tablero cambió de color. Falta el resto de la película, pero el primer acto logró lo que buscaba: estabilizar y ganar tiempo.

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