La masacre silenciosa: mató a su esposa, ahogó a sus hijos y se tiró bajo un camión

    Un crimen que estremece a Tres Arroyos y al país: Fernando Dellarciprete, un camionero bajo tratamiento psiquiátrico, asesinó a su esposa, ahogó a sus hijos tras un intento fallido de matarlos en un choque, y se suicidó arrojándose a la ruta. La Justicia intenta reconstruir el espanto y entender cómo nadie vio venir la tragedia.

    Nacionales05/06/2025 Expreso Mendoza
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    A veces el horror se disfraza de rutina. Nadie en Tres Arroyos imaginó que aquel hombre tranquilo que trabajaba como camionero, Fernando Dellarciprete, iba a convertirse en el protagonista de una masacre familiar que dejaría una herida abierta en la ciudad. La mañana comenzó como tantas otras, pero terminó en tragedia: Dellarciprete mató a su esposa, asesinó a sus hijos y finalmente se quitó la vida en la ruta, en una secuencia que las autoridades todavía intentan reconstruir en detalle.

    El lunes por la tarde, Dellarciprete pasó a buscar a sus hijos por la escuela antes del horario habitual. Lo hizo sin levantar sospechas. Aparentemente, ya había tomado una decisión: la de matar. Regresó con los chicos a su casa, donde según los primeros informes forenses, asesinó a su esposa mediante estrangulamiento. Luego volvió a subir a su auto, esta vez con los nenes —de 4 y 8 años— en el asiento trasero. Condujo algunos kilómetros, rumbo a las afueras. En ese trayecto, chocó su vehículo contra un monte. No fue un accidente: fue el primer intento de acabar con la vida de los pequeños y la suya propia. Pero sobrevivieron todos.

    Lo que ocurrió después resulta aún más espeluznante. Como los niños habían sobrevivido al choque, Dellarciprete los arrastró hasta un zanjón con agua al costado del camino y los ahogó allí, uno por uno. Finalmente, caminó hasta la ruta y se arrojó bajo las ruedas de un camión que pasaba a gran velocidad. Murió en el acto. El conductor del vehículo, en estado de shock, no pudo evitar la embestida.

    Toda la secuencia fue tan irracional como brutal, pero no fue un arrebato. Según confirmaron fuentes judiciales, Dellarciprete estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Sufría trastornos mentales, aunque aún no trascendió públicamente el diagnóstico preciso. La investigación apunta ahora a saber si estaba medicado, si había alertas previas, y por qué nadie —ni el sistema de salud ni el entorno— logró intervenir a tiempo.

    En las redes sociales, tanto él como su esposa publicaban fotos familiares. Parecían felices, normales. La vida puertas adentro, sin embargo, contaba otra historia. Los investigadores analizan ahora esos posteos y los mensajes que compartía para detectar si había señales de deterioro emocional, si había avisos implícitos, silencios significativos. Por el momento, no hay constancia de denuncias previas por violencia de género. Nadie había dicho nada.

    La ciudad todavía no sale de su estupor. En las escuelas donde asistían los chicos, se decretó duelo y se activaron equipos de apoyo psicológico. El barrio donde vivía la familia está paralizado. Todos se preguntan lo mismo: cómo puede alguien llegar a semejante punto, y cómo es posible que nadie haya visto lo que se venía gestando.

    La masacre de Tres Arroyos no es sólo un caso policial; es también un espejo incómodo. Habla del estigma alrededor de los trastornos mentales, del silencio social ante los comportamientos inusuales, del escaso seguimiento que a veces reciben quienes necesitan atención urgente. Y del abismo que puede abrirse cuando fallan todos los sistemas de prevención.

    La Justicia trabaja ahora para cerrar el rompecabezas. Pero nada podrá borrar la escena: una madre asesinada, dos hijos muertos en una zanja, y un hombre que eligió terminarlo todo bajo las ruedas de un camión. Una familia entera arrasada por la sombra que nadie —o muy pocos— supieron ver a tiempo.

     

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