Autos argentinos robados en Chile: ¿mala leche, ensañamiento o simple oportunidad?

En plena temporada alta, con rutas llenas y playas colmadas, dos robos de camionetas argentinas en La Serena y Concón reabren una pregunta incómoda: ¿casualidad, mala leche para arruinar vacaciones o un ensañamiento silencioso contra el turista argentino?

Nacionales30/12/2025Arturo MuñozArturo Muñoz

Las vacaciones son, para muchas familias argentinas, el único respiro del año. Se planifican con meses de anticipación, se cruzan fronteras con el presupuesto justo y se llega a Chile buscando descanso, orden y seguridad. Por eso el impacto de los robos no es solo material: es emocional. Te quedás sin vehículo, sin movilidad, sin certezas. Y, sobre todo, con la sensación amarga de haber sido marcado.

En la última semana, dos camionetas con patente argentina fueron robadas mientras sus dueños disfrutaban del verano. Dos hechos separados, dos ciudades distintas, un mismo patrón. No se trata de arrebatos al voleo ni de descuidos evidentes. Son vehículos buscados, seleccionados, levantados con rapidez. Ahí aparece la duda que muchos prefieren esquivar: ¿por qué argentinos?

Chile tiene un parque automotor más caro y moderno que el nuestro. Hay vehículos de mayor valor circulando todos los días. Entonces, ¿por qué apuntar al turista? La respuesta incómoda es que el argentino es más vulnerable. Está de paso, desconoce los barrios, se mueve con rutinas previsibles y, ante un robo, queda atrapado entre trámites, denuncias y un regreso forzado. Es la presa perfecta para el delito organizado.

¿Hay ensañamiento? No hace falta una conspiración para que exista un sesgo. Alcanza con que las bandas sepan que robarle a un turista extranjero tiene menos costos y más beneficios. Menos rastreo, menos presión local, más chances de desguace rápido o traslado. Y si encima el golpe arruina las vacaciones, el daño colateral parece no importar.

También está la otra lectura, la que incomoda a ambos lados de la cordillera. La percepción del argentino como “el que viene con dólares”, “el que veranea”, “el que se puede bancar el golpe”. Un prejuicio silencioso que, en contextos de crisis, se transforma en oportunidad para el delito. No es xenofobia abierta, pero tampoco es ingenuidad.
Nada de esto significa que Chile sea inseguro ni que haya que dejar de viajar. Significa, simplemente, dejar de mirar para otro lado. Las autoridades deben reforzar controles en zonas turísticas y los visitantes extremar cuidados. Pero también es momento de decirlo sin vueltas: cuando los robos se repiten con el mismo blanco, la casualidad empieza a quedar corta.

La pregunta sigue abierta y molesta, como toda pregunta necesaria. ¿Mala leche para arruinar vacaciones? ¿Ensañamiento con el argentino? ¿O un delito que encontró su blanco más fácil? Mientras tanto, la tranquilidad del viaje ya no es la misma. Y eso, para el turismo y para la convivencia entre pueblos vecinos, es una alarma que no conviene apagar.

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