Pantallas que atrapan: cómo las redes sociales están moldeando la salud mental de nuestros adolescentes

    Cada vez que un adolescente desliza el dedo por la pantalla de su celular, algo más que una imagen o un video está pasando. Detrás del scroll infinito, se juegan emociones, vínculos, autoestima y, en algunos casos, hasta la vida misma. Las redes sociales —ese universo virtual donde todo parece posible— están modificando, casi sin que lo notemos, la manera en la que los más jóvenes viven, se relacionan… y sufren.

    Opinión06/04/2025 Expreso Mendoza
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    En los últimos años, los indicadores de salud mental entre adolescentes encendieron todas las alarmas. Ansiedad, depresión, trastornos alimentarios, ataques de pánico y hasta intentos de suicidio. ¿Qué cambió tan radicalmente? Muchos especialistas apuntan a un sospechoso común: el uso (y abuso) de las redes sociales.

    La psiquiatra Geraldine Peronace lo dice sin vueltas: “Estamos viendo cada vez más chicos que no pueden separarse del celular, que viven pendientes del like o del visto, que no duermen, que se sienten solos aun cuando están hiperconectados”.

    Y no es sólo una percepción. Según un estudio de la Asociación Americana de Psicología, desde 2010 —el año en que se popularizaron los smartphones— los síntomas depresivos en adolescentes aumentaron un 60% en todo el mundo. En paralelo, las tasas de suicidio juvenil crecieron un 56%. Algo está fallando, y no es menor.

    ¿De qué forma afectan las redes?
    No se trata solo de “estar mucho tiempo en el teléfono”. El problema es más profundo. Las redes sociales instalan una lógica de validación constante: la imagen, la aprobación, el número de seguidores, el comentario. Todo eso se convierte en una moneda de valor emocional. Y si no hay likes, no hay autoestima.

    Además, están los peligros latentes: el acoso digital, el grooming, los desafíos virales que promueven conductas autodestructivas y los contenidos que romantizan la tristeza, el dolor o la autolesión. Y todo eso, en un escenario donde muchos adolescentes carecen de las herramientas para procesarlo o pedir ayuda.

    Jonathan Haidt, psicólogo social y autor del libro La generación ansiosa, sostiene que la adolescencia actual está siendo “hackeada emocionalmente” por los algoritmos. Y propone una analogía tan potente como cruda: “Estamos permitiendo que nuestros hijos crezcan dentro de un experimento sin precedentes. Les dimos un casino emocional en el bolsillo”.

    ¿Qué podemos hacer?
    Los expertos coinciden en un punto clave: no se trata de demonizar la tecnología, sino de educar en su uso consciente. La prevención empieza en casa, con límites claros, acompañamiento real (no solo controles parentales) y diálogo abierto.

    No basta con “sacarle el celular”. Hay que enseñarles a usarlo. Hay que hablar sobre lo que ven, sobre lo que sienten al usarlo, sobre cómo se ven a sí mismos en comparación con los demás. Y también darles espacios reales, analógicos, para crecer: deportes, amistades de carne y hueso, hobbies, naturaleza, tiempo sin pantallas.

    Las escuelas también pueden (y deben) sumarse. Con talleres, con contenidos adaptados a la realidad digital, con espacios de escucha activa.

    Estamos frente a una generación brillante, creativa, informada. Pero también frágil, sobreestimulada y muchas veces sola. Es urgente que empecemos a hablar en serio sobre cómo las redes sociales están afectando su salud mental. No podemos mirar para otro lado.

    Porque detrás de cada selfie perfecta, puede haber un grito silencioso. Y como sociedad, tenemos el deber de escuchar.

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