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Aunque el freezer es un gran aliado en la cocina, no todos los alimentos toleran bien el frío extremo. Algunos pierden sabor, textura o incluso se vuelven incomibles tras el descongelado. Conocer cuáles conviene evitar puede ahorrarte más de un disgusto en la mesa.
Opinión05/04/2025 Expreso MendozaCongelar comida se ha convertido en una herramienta indispensable en las cocinas modernas. Ahorra tiempo, evita el desperdicio y permite tener una variedad de alimentos disponibles sin tener que salir corriendo al supermercado. Sin embargo, no todo lo que se come resiste con dignidad las bajas temperaturas. Hay productos que, tras su paso por el congelador, pierden textura, sabor e incluso sus propiedades nutricionales. Y aunque algunos de ellos suelen terminar ahí por costumbre o desconocimiento, lo cierto es que es mejor mantenerlos lejos del freezer.
Uno de los errores más comunes es intentar congelar verduras de hoja verde crudas, como la lechuga, la espinaca o la rúcula. Si bien a primera vista puede parecer una buena idea para que no se echen a perder, lo que ocurre en realidad es que el agua que contienen sus células se cristaliza con el frío extremo. Al descongelarse, estas hojas pierden su estructura, se marchitan y quedan con una consistencia blanda, casi babosa, que las hace imposibles de usar en una ensalada. En todo caso, si se desea conservarlas cocidas para una preparación, es mejor hervirlas brevemente antes de freezarlas.
Otro error habitual —y también riesgoso— es poner huevos enteros con cáscara en el congelador. Lo que muchas personas no saben es que al congelarse, el líquido interior se expande y puede hacer que la cáscara se rompa. Esto no solo genera un desorden en el freezer, sino que también puede provocar contaminación del huevo por bacterias externas. La alternativa segura, si realmente se quiere conservarlos, es batirlos y guardarlos en un recipiente hermético. Pero la cáscara, al freezer, no va.
Las papas, tanto crudas como cocidas, también entran en la lista de los alimentos que sufren el frío. Congelarlas sin cocción provoca que se pongan oscuras y desarrollen una textura arenosa al descongelarse. Si ya están cocidas, el resultado puede ser incluso peor: una consistencia gomosa y poco agradable al paladar. Hay una excepción: cuando las papas están dentro de un plato cocinado, como un guiso o un pastel, y mezcladas con otros ingredientes, la textura puede disimularse. Pero solas, no.
También es un error común intentar congelar salsas o preparaciones con base en huevo o crema, como la mayonesa o ciertas vinagretas. Estas emulsiones no soportan bien el congelamiento: los ingredientes se separan, pierden su homogeneidad y se convierten en una mezcla grumosa, con apariencia cortada. En estos casos, la textura es tan importante como el sabor, y lo mejor es preparar la cantidad justa para consumir en el momento o, a lo sumo, conservar por pocos días en la heladera.
Por último, las frutas con alto contenido de agua, como la sandía, el melón o incluso algunas variedades de cítricos, pueden convertirse en una decepción al descongelarse. Pierden firmeza, se vuelven aguadas y su sabor se diluye. Si bien pueden tener una segunda vida dentro de un licuado o un jugo natural, no sirven para una ensalada de frutas o para consumirlas solas. Congelarlas solo tiene sentido si ya se sabe que no se las va a disfrutar en su forma original.
Congelar es práctico, sí, pero no es magia. Saber qué alimentos soportan el proceso y cuáles no puede marcar la diferencia entre un plato sabroso y una experiencia decepcionante. A veces, la clave no está en hacer durar todo para siempre, sino en aprender a aprovechar los tiempos justos de cada alimento.
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