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Sin decreto ni feriado, pero con horno caliente y mesa llena, este 8 de abril Argentina celebra el Día de la Empanada. Una comida que no solo se come con las manos, sino que también se saborea con la memoria: porque cada bocado lleva historia, identidad y ese sabor inconfundible de lo que ya es tradición nacional.
Opinión08/04/2025 Expreso MendozaHay días en los que se celebra el trabajo, otros que homenajean al amigo, a la madre, al padre o incluso a los enamorados. Y después están esos días que parecen inventados por el corazón –o el estómago– de un país entero. El 8 de abril es uno de ellos: Argentina celebra hoy el Día de la Empanada, un festejo no oficial pero absolutamente legítimo en la memoria afectiva y gastronómica de los argentinos.
La empanada, en este rincón del mundo, es mucho más que un plato típico. Es excusa de reunión, símbolo de pertenencia, pasaporte a la infancia y bandera comestible de cada provincia. Es, en pocas palabras, un patrimonio emocional.
No hay un decreto ni un documento estatal que imponga esta fecha. Lo que hay, en cambio, es una enorme voluntad colectiva de rendirle homenaje. Como ocurre con muchas tradiciones populares, el Día de la Empanada se fue instalando con fuerza en el calendario gracias a la costumbre, al boca a boca, al fuego de los hornos y al rumor de las frituras. Las casas de empanadas y las pizzerías agrupadas en APYCE fueron algunas de las que empujaron esta iniciativa, pero el verdadero empujón lo dio la gente: esa que la elige cada vez que no sabe qué comer, o incluso cuando sí lo sabe.
La historia de la empanada es tan viajera como aquellos que la crearon. Viene de muy lejos, de las rutas polvorientas donde los pastores envolvían su comida en masa para llevarla sin cubiertos ni platos. Viajó con los árabes a Europa, fue adoptada por los españoles y finalmente recaló en América como parte del enorme equipaje cultural que trajo la conquista. En Argentina encontró tierra fértil: cada región le dio su toque, su relleno, su modo de cerrarla, de cocinarla, de contarla.
Por eso, hablar de “la empanada” en singular sería un error. No hay una sola. Están la salteña con su jugo y su picante; la tucumana, que exige cebolla de verdeo y papa; la sanjuanina, que abraza las pasas de uva como si fueran oro; la cuyana, la riojana, la patagónica de cordero, la cordobesa dulzona. Y también, claro, la porteña, tan llena de variantes como la ciudad misma.
Según las estadísticas de APYCE, la empanada de carne es la reina indiscutida: se lleva el 28% de las preferencias. Detrás vienen la de jamón y queso (20%) y la de pollo (17%). Pero más allá del relleno, hay una verdad que une a todas: se comen con las manos, se disfrutan calientes y se comparten siempre.
Hoy, en cada casa, en cada oficina, en la mesa del mediodía o en la cena improvisada, alguien va a decir “pidamos empanadas” y va a estar celebrando sin saberlo. Porque esta comida humilde, sabrosa, infalible, es también un puente a todo lo que somos. Un ritual que atraviesa generaciones, provincias y partidos políticos.
Y aunque todavía discutamos si es mejor frita o al horno, si lleva pasas o no, si se le pone aceituna entera o picada, hay algo que nadie discute: la empanada es argentina. Y su día, hoy 8 de abril, es otra manera de decirnos que hay cosas que valen la pena, aunque no estén escritas en el Boletín Oficial.
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